Las 8 de la mañana y un domingo de sol me animan para el plan que tenía previsto para hoy. A pesar de las amigos comentarios avisándome sobre el posible peligro de mis intenciones, visitar un festival popular gastronómico en una de las partes, supuestamente, peligrosas de la ciudad (La playita, Guasmo), decido que puede ser una buena experiencia.

Haciendo caso a algunas precauciones recomendadas dejo todos mis abalorios en casa, solo no me resigno a prescindir de la cámara de fotos por si hay posibilidad de dejar constancia de algo interesante, el teléfono por si emergencias, unos pocos dólares para los gastos mínimos y un atuendo de mochilero (sin afeitar, camisa arrugada, pantalón con bolsillos laterales, etc.), aunque creo que no disimulo para nada mi condición de extranjero del lugar.

La primera sorpresa es que dos taxis se niegan a acercarme al lugar porque dicen que no quieren arriesgarse, aunque finalmente un taxista mas joven me dice que «allá vamos, si es que Ud. se lo ha pensado entes».

Durante el camino conversamos sobre el lugar y los avisos recibidos, aunque mi conductor me dice que ha mejorado un poco y que, durante el día es probable que no hayan muchos problemas, aunque nada recomendable para la noche, también con que puedo tener algún problema en localizar el taxi de vuelta y quizás deba hacerlo con los bus populares, así que no me resuelve ninguna inquietud la conversación.

Tras media hora de trayecto, finalmente llegamos al lugar, de mucho mejor aspecto de lo que había supuesto, limpio, humilde y reformado para convertirlo en un lugar seguro de ocio y disfrutar de la única zona de baño aceptable en los entornos de Guayaquil, aunque llamarle «playita» sería demasiado presuntuoso.

Efectivamente el Festival, humilde y popular está en marcha, cientos de personas se concentran frente a un pequeño escenario con el plan de disfrutar de una sencilla pero emotiva competición de bailes infantiles, mientras en un lateral, unas carpas presentan las diferentes especialidades gastronómicas locales (seco de pollo, empanadas, menestra local, etc.), de coste muy económico, que se van a degustar durante el día.

Los más atrevidos se bañan en el rio, con aguas no muy limpias pero que invitan a refrescarse ante en día muy caluroso.

Tras nos minutos de adaptación empiezo a darme cuenta del clima de hermandad y solidaridad que rodea a las personas asistentes, un pequeño que quería bañarse lloraba por que su madre no le dejaba, no sabía nadar y, además, su corta edad y el tumulto de bañistas hacían temer por su seguridad, pero otro chaval mayor (de unos 10 años) se apresuró a construir un improvisado flotador con un envase de Coca Cola de 2 litros y un par de cuerdas, mientras le pedía a la madre del niño que le dejara cuidar de su hijo en la orilla y así permitirle disfrutar de esa aventurilla dominical. Mas allá dos pequeñajos, cogidos de la mano estaban siendo obsequiados con unas empanadillas por uno de los pequeños kioscos de comidas.

Varias niñas, que iban a participar en uno de los bailes hawaianos, con unas ropas confeccionadas con objetos reciclables (faldas confeccionadas con trozos de bolsas de plástico y otros muy económicos complementos) estaban ayudándose a poner a punto sus atuendo festivo, mientras otras seguían enseñando a las mas pequeñas a recordar los pasos que iban a desarrollar en la actuación, todas ellas exaltadas por esa oportunidad de bailar ante cientos de familiares expectantes.

La playita bulle de fiesta, practicas de bailes, fotos, baños, sonrisas:……y ya algunos se han dado cuenta de que no soy de allí, pero se apresuran a hacerme sentir cómodo, ¿Una empanadilla? ¿las ha probado? ¿Es usted de español? …que intuición tiene esa gente y que poco disfrazado voy ¿No?, pero en cualquier caso, me hacen participe de su alegría y comparten su actividad conmigo, un par de empanadillas y seco de pollo con arroz es el menú sugerido.

Y las actuaciones siguen, la tarde va pasando entre conversaciones locales y algún que otro guía improvisado que defiende que el barrio no es para nada tan peligroso, aunque si es cierto que no se debe ir solo por la noche, ya que “en todas partes hay lobos solitarios”.

Tras unas cervecitas y un rato de conversación me dirijo de vuelta a casa, aunque si, en este caso, el taxista tenía razón, no son muchos los taxis disponibles, pero sin más, tomo uno de los buses locales que me llevará más hacia el centro de la ciudad.

También allí la amabilidad para con el visitante se hace notar, “ este bus va al Mall del Sur” ¿está bien?, por 25 céntimos de dólar, en menos de media hora estoy en una zona comercial, ahora si, con más alternativas de transporte, aunque durante el viaje también otras pequeñas experiencias, gente mayor que no tiene que abonar el coste del viaje, vendedores ambulantes que suben y bajan constantemente del bus, con algunas pocas ventas realizadas, aunque cada vez que consiguen una, entre entregar el pedido (agua, caramelos, agua, zumos, etc..) y cobrarlo, se ven desplazados varias manzanas desde el lugar de subida al bus…entiendo que el viaje de vuelta será en otro bus y con la misma oferta. Durante el viaje, el mismo conductor, sabiendo que era forastero me iba informando por donde pasábamos, “ el hospital veterinario, esta es una zona comercial my buena, esta la calle principal con mucha actividad y sin nada de peligro…etc..”

La verdad es que, tras la experiencia, no dejo de sorprenderme de las “temerosas” recomendaciones que me dieron sobre ese lugar y su gente, aunque quizás haya también un poco de riesgo en comprobar que hay formas de relacionarse mucho más naturales y amables en estos lugares humildes y sencillos que en las grandes ciudades donde el miedo y la precaución han dado lugar a distanciamiento entre los que allí habitan.