Ya de entrada es complicado encontrar una descripción para el alma, si es que existe, “se refiere a un principio o entidad inmaterial e invisible que poseerían los seres vivos” según wikipedia. Es decir, traducido a algo más cercano, sería algo así como parte de la personalidad, las creencias, las ilusiones, el entusiasmo y todo aquello que genera una diferencia entre un ser humano y otro, aunque mucho me temo que esa alma, como muchas otras cosas, procede de un mix entre lo que vemos y lo que deseamos ver en esa persona analizada, es decir, de nuestras propias capacidades de percepción y de nuestro estado de ánimo, para con nosotros y con la otra persona.
Pero, para complicarlo más, ¿existe un alma que esté asociada a las cosas que nos rodean? Y no me refiero a fetichismo, es decir a creer que tienen poderes protectores o mágicos, solo a que tienen cierta “aura” que hace que nos sintamos mejor alrededor de ellos, algo así como un amigo confiable y cómplice de nuestros momentos más entrañables, de sensaciones de confort y que nos traen recuerdos inesperados, aunque en otras ocasiones puede ser todo los contrario.
Hoy he recogido un nuevo vehículo y, como parte del pago, entregue mi antiguo compañero de transporte, que durante muchos años, fiel, sin problemas, casi con momentos mágicos, como el día en que se quedó sin gasolina a solo metros de la siguiente tienda para repostar, ha acompañado mi existencia. En el mismo momento en que me desprendía de él, sentí la nostalgia del que abandona a un amigo, de una cierta traición con aquel que nunca me falló y, aunque si alguna vez sucedió, quedaba compensado ampliamente con los miles de días y kilómetros de meditación, pensamientos, música, aventura, frio o calor, sensaciones y complicidades compartidas. En ese momento, me acerqué a él, y como si de un amigo se tratara, le di unas palmadas deseándole la mejor suerte del mundo.
Pero ese momento, como si de contagio o bien de camaradería se tratara, me vinieron a la mente otros muchos objetos que me han acompañado, algunos todavía lo hacen, y que casi sin pensarlo, transportan con ellos esa alma que incluye muchas más sensaciones que la propia funcionalidad, mis zapatos de viaje, que con miles de horas de acompañamiento, indestructibles, siguen siendo parte de esa aventura del día a día, esa camisa que al desabrocharla para ponérmela me sugiere, con su suavidad, el cariño con la que ha sido planchada y ha estado reposando pacientemente hasta que fuera elegida, el calcetín, ya casi deteriorado, pero que formó parte de unos momentos especiales de riesgo o de aventura compartida con amigos, mi ordenador que, a pesar de haberse caído en uno de los muchos lances empresariales, y haber perdido una pequeña parte funcional (al pobre se le ha fundido un altavoz y una luz testigo de toma de corriente), siguió el viaje y la tensión de mis retos profesionales, durante tanto tiempo, o bien esa chaqueta de invierno que conserva en su textura y olor, aunque ya esté de moda, momentos de amistad y atrevimiento frente a elementos extremos.
De nuevo, es un mix de sensaciones propias a las cuales asociamos esos objetos, muchas veces incluso a los nuevos que, por su textura, color, sabor o forma, nos recuerdan a otros y es como si heredaran su alma en ese momento. Hoy, dejando a mi antiguo amigo de fatigas, sustituyéndolo por un nuevo modelo, es como si abandonara una parte reciente de mi historia, y una nueva perspectiva de experiencias con mi nuevo compañero, esperando que esa alma crezca entre nosotros.
Deja un comentario
Comments feed for this article